Se habla generalmente de la madera con calificativos que se refieren a su calidez, estética, sus propiedades medioambientales… y sin embargo en pocas ocasiones se resalta su cualidad de ser un material único e irrepetible.
Un árbol, desde que nace posee características propias de su genética, pero sus vivencias influyen de manera decisiva en su aspecto final: épocas de sequía, las sustancias que toman del suelo, la exposición al viento...
Son frecuentes las reclamaciones acerca de las diferencias de tonalidad de los revestimientos y suelos de madera, una falta de información del consumidor les conduce a pensar que la uniformidad de la madera es fruto de una mejor fabricación, garantía, calidad… nada más lejos de la realidad. Cada una de las tablas de un suelo de madera nos cuenta una parte de la vida de un árbol, de ahí lo desacertado de pretender la uniformidad estética de un material que por sí mismo ya tiene una estética propia.
Entre los factores que hacen únicos una chapa o tabla de madera podemos citar:
- Su grano o dibujo, es decir la forma en que se manifiestan los anillos de crecimiento según el plano de corte de la propia madera
- La madera de duramen o albura, generalmente más oscura la primera por tratarse de la madera más antigua del árbol, la más próxima al eje del árbol, la que ha ido impregnándose de resinas, aceites, sustancias minerales…
- Su propia estructura interna: vasos, radios leñosos y canales resiníferos, oleosos… perceptibles a simple vista en muchas especies
- La disposición de las fibras de madera en relación al fuste del árbol
A todos estos hemos de añadir la particularidad de que el color de la madera es una característica variable con el tiempo. La exposición al aire y la luz _especialmente el espectro ultravioleta de la luz_ da lugar a procesos químicos sobre las sustancias del lumen celular que contribuyen a la degradación de este material.
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